No hallé en su mirada
rigida, fija y glacial
algún movimiento sutil
que me diera un poco de esperanza,
o alguna calidez que consiguiera tibiar
la sangre que cuaguló.
Obsevé lo que sería el descenlace.
Tiempo atrás
había sucumbido su corazón aún infante
por decepciones que la complacencia disfrazó
y los espiríritus indisciplinados
le hacian celaje a un cuerpo que su alma aborrecía.
Ha decidido su destino.
Va caldeando todo a su paso,
Con cada paso.
Nisiquiera los arbustos sobreviven
la lejía que destila su presencia.
Agitado en su cauce
intenta despojar lo que acarrea consigo
o el peso de la culpa que consuela.
Ha amanecido y continúa vivo.
Vivo para otro día cotidiano.
Sabe lo vano que resulta intentar
almacenar el tiempo o la belleza
y contempla excelso,
cargando tras su espalda
la poca voluntad que le queda
que no le abandona por lástima.
Así por mera burla
la vida le incitó los años:
Reercarnando en cicatrices,
habituándose al cuerpo que habitaba
y que el alma aborrecia.
Para cuando el viento tenebroso llegó
a secar la humedad de sus labios
había decidido reinventarse
cada día
así mismo.