Anoche el tibio viento del verano

pasó revoloteando por mi jardín.

Portaba consigo el osado aroma

destilado por tu piel cuando me deseas.

Resentida por tu ausencia,

absorví tu aroma cercenado por el tiempo y los recuerdos.

En reconfortada resignación

abracé el orgullo que venció lo que sentimos.

Así matamos lo que amamos,

agotando la escasa ración de esperanza

que una pasión en agonía cosechó;

dos rostros que envejecieron en la  espera incierta

de recibir lo que jamás dieron.

Un mar desnudo
se confiesa culpable

De cubrir con salitre
pensamientos sedados de conformidad

Por camuflajear amores de verano
fugaces y miedosos

De sonsacar a gaviotas
risueñas que le vigilan
para arrebatar resplandores

Ese mar yace ahí culpable…

culpable de no haber contagiado
con el furor de sus olas
a los que crecieron junto a él
y hoy le contemplan indiferente.

 

 

Frente al mar,

en la noche de un verano posesivo
que se instaló sin deseos de marcharse
una comparsa de estrellas
dibujaron un mapa en el firmamento


En él descifré las desventuras
que aferrada a tí me aguardarían

Sin remordimiento conspiré
 para que la sinfonía del eco de mar|
te sedujera,
y la ninfomaníaca noche
te hiciera mi rehén.

Apresuré a despojar de tu dominio mis pensamientos
los que conjuré en mi bien por venir

Y en aquella noche de verano,
bajo el hechizo del encanto lunar
aunque vencida
y reducida a la nada
abracé a mi recién nacida tranquilidad
que con renovado hálito te desterraba,
¡Endemoniada soberbia!

Cae la lluvia con olor a cielo.
Regando los campos labrados por campesinos anónimos

Mojando cactus guardianes
de aquel Sur olvidado
y techos deshidratados
calentados por un sol dictador.

Devuelve con plenitud la fertilidad a los árboles,
y al paisaje embrujador
que lega su belleza tropical
a los transeúntes.

La noche se instala,
acompañada de una jarizna suave
que bautiza a seres revoltosos
que intimidan el canto nocturno de los grillos.

El ingenio materno improvizado los civiliza
con un cuento de cuna.
Les robustece la imaginación
y aúpa sus esperanzas
con el beso de la noche.

A Sofia,
como todo, para siempre.

Nació en su plena madurez
En el crepúsculo vespertino
De un día estéril.

Llebava inscrita la frescura
A flor de piel
Como un rocío matinal
Debutando en las mañanas
De la quinceañera primavera.

Cálida, frágil, revoltosa.
Se colúmpia sonriente
Con su escasa modestia infante
Que conmueve.

Fugitiva de su imaginación
Se desliza peinando
La larga cabellera de la montaña
Que la acoge por su proverbial inocencia.

 

 

 

No hallé en su mirada
rigida, fija y glacial
algún movimiento sutil
que me diera un poco de esperanza,
o alguna calidez que consiguiera tibiar
la sangre que cuaguló.

Obsevé lo que sería el descenlace.

Tiempo atrás
había sucumbido su corazón aún infante
por decepciones que la complacencia disfrazó
y los espiríritus indisciplinados
le hacian celaje a un cuerpo que su alma aborrecía.

Ha decidido su destino.
Va caldeando todo a su paso,
Con cada paso.
Nisiquiera los arbustos sobreviven
la lejía que destila su presencia.

Agitado en su cauce
intenta despojar lo que acarrea consigo
o el peso de la culpa que consuela.

Ha amanecido y continúa vivo.
Vivo para otro día cotidiano.

Sabe lo vano que resulta intentar
almacenar el tiempo o la belleza
y contempla excelso,
cargando tras su espalda
la poca voluntad que le queda
que no le abandona por lástima.

Así por mera burla
la vida le incitó los años:
Reercarnando en cicatrices,
habituándose al cuerpo que habitaba
y que el alma aborrecia.

Para cuando el viento tenebroso llegó
a secar la humedad de sus labios
había decidido reinventarse
cada día
así mismo.

A la fragilidad que nos  enveulve y nos hace fuerte,
Mujer.

En las madrugadas primaverales
recorro caminos milenarios
escoltados por la caña de azúcar.

Pisando la tierra aún dormida,
sintiendo la hierba frágil y húmeda.

Yendo hacia algún rumbo cualquiera
despojada de mi misma
de recuerdos y tormentos,
la incertidumbre y el pasado
de mi bata blanca campesina
que se excita al rozar mis pezones.
Acosada por un viento sonsacador
que me besa la piel
y me suelta el pelo para rozar mis nalgas.

Mientras el amanecer me susurra su secreto
eyacula su resplandor con un rocío precoz.
Pero no escucho,
no miro,
no hablo ni pienso.
En vez,
respiro y siento
abrazada al sabio camino
con el pensamiento desnudo,
con la piel expuesta a la jarizna que me hidrata.
Caminando feliz.
Feliz,
como sólo lo sabe ser una mujer.

 

 

 

 

 

Despúntame las espinas de la existencia
con el avance de los días
hasta que tu mirada ardiente baste
y me aquiete la impaciencia que queda
destejida con los años.

Tu sonrisa
Replica como eco en mi rostro
por encontrar tus labios su morada en los míos
y sellas con cada roce desprevenido
las endijas de mi esperanza.

Vé.
Susúrrale a mis antepasados
que hoy soy voz de mi tiempo
y que el trayecto de sol que los sedujo
mantienen confinados mis días
en la tierra de mil razas
escogida para mi trono.

El sudor de la caña brava
me salpica la piel reencarnada.
La absorbe,
libera
y la mezcla
con tu pasión olvidada.

Abrígame.
Y abriga el acertijo platónico
de mi intermitente felicidad clandestina
que reposa bajo tu nombre.

Hoy las calles no incitan acciones
inspiradas por sus nombres.
Y desnudar el espíritu
es capacidad del poeta.

Hoy la existencia de los enamorados
en peligro de extinción,
y los momentos en fríos instantes recreados
para enmarcarse en una red social.

Hoy las costumbres son adsorbidas por el tiempo,
y las vírgenes campesinas seducidas
por el olor a ciudad.

Vivimos en un tiempo edulcorado y complejo
y sin embargo,
hoy,
me simplifico con los años
y la nostálgica distancia
de aquellos tiempos que no volverán.

Hoy imploro
el tiempo invertido
para volver apreciar el mundo con ojos infantes
mientras transcurre el espectáculo
de la seducción por lo efímero.

 

 

 

Heme aquí,
Sentada en un sofá en una noche sin luna.

Lidiando con la sensatez
y un recuerdo tuyo
que asaltó mis sentidos
dejándolos disconformes.

De tí,
conservo una foto desterrada con los años,
añejada entre las páginas de un libro
y caricias marcadas
que fermentaron en la piel.

A esa que desnudabas con pasión y oprobio
no es ni el reflejo de lo que fué:
Desde entonces mora en mí una mujer,
y esa mujer ya no te quiere.

Contémplame,
pero hazlo desde tus penumbras.
Contémplame desde fuera
y sabrás todo lo que llevo dentro.
Dentro y fuera.

Aquí estoy.
sentada en un sofá  abandonada por la luna,
Bordándote en un conjuro
para el olvido de mis adentros.